Gran parte de las distintas manifestaciones de cultura popular que nacen a lo largo del siglo XX aparecen vinculadas a un cambio social o político y se pueden identificar a través de expresiones artísticas en las que se busca canalizar una protesta o encontrar una respuesta.
Si nos centramos en la disciplina musical, es evidente como el nacimiento de estilos como el blues, el punk o la propia canción protesta española emergen como una exhibición reaccionaria por parte de grupos de personas preocupadas por el momento social y político que se vivía en sus respectivos lugares y épocas. Por ejemplo, los esclavos africanos que se llevaron al sur de EEUU a principios del siglo XX para trabajar en la extracción del algodón comenzaron a entonar las primeras melodías de lo que posteriormente se bautizaría como blues. También a finales de los 70 fue el punk el estilo que, influenciado por el garage rock, se expandió desde Nueva York y Londres a todo el mundo para dar lugar a una corriente de bandas con actitud agresiva y con letras politizadas.
Pero esa expresividad y creatividad que surgen de forma original en torno a un contexto pueden desvirtuarse en la medida en que ese género provoque un gran impacto en la sociedad y, como consecuencia pierda su esencia y su espontaneidad para convertirse en una moda, una etiqueta en la que clasificar a unos y una seña de identidad y una excusa para sentirse parte de un grupo social para otros. Sigo con el ejemplo del blues: no es común encontrarse con esclavos algodoneros africanos dando conciertos ni grabando discos, aunque el estilo sí que se ha exportado a todo el mundo y es habitual encontrar grupos actuales en cualquier parte del mundo influenciados por este peculiar canto de agonía. No vamos a engañarnos, seguimos estremeciéndonos ante un desgarro de voz de Joe Cocker y a través de nuevos talentos como Paul Janeway (St. Paul and the Broken Bones) o Charles Bradley.
Los músicos se unen al carro del ‘revival’ a partir de la admiración por un estilo, sintiendo la necesidad incontrolable de reinterpretar antiguos ritmos y de remontarse a unos orígenes que pese a que están fuera de contexto siguen transmitiendo sensaciones tan únicas como solo puede provocar la música. Por ese motivo el éxito de estos estilos no se puede medir a partir de los elementos pasivos como pueden ser el número de discos vendidos o el número de personas que asisten a un concierto. El éxito también es medible desde la influencia que ejerce el nacimiento de un nuevo estilo en los músicos y las bandas locales, hasta el punto de surgir miles de grupos que quieren imitar de alguna manera ese sonido que no pueden quitarse de la cabeza.
Llegados a este punto tenemos claro que el contexto es necesario para entender la parte más primitiva de un movimiento musical, y tenemos la suerte de contar con numerosas investigaciones y publicaciones que analizan el surgimiento de distintos géneros y subgéneros musicales, pero me gustaría ir un paso más allá: ¿en qué contexto aparecen las distintas manifestaciones de resurrección musical? ¿Qué elementos son necesarios para que aparezca una escena musical alejada física y temporalmente de sus orígenes?
Obviamente las preguntas son tan amplias que sería prácticamente imposible dar una respuesta exacta, no obstante sí que tenemos la capacidad de analizar casos reales con los que poder hacernos una idea de cómo se construye casi de la nada una escena musical local alejada de los circuitos habituales de consumo cultural. Con el objetivo de responder a esas preguntas, me gustaría analizar un caso muy particular que tuvo lugar en Mallorca desde finales de los ‘90 hasta finales de los ‘00, y averiguar en qué contexto fue posible que en tan poco tiempo se dieran las condiciones necesarias para que se creasen hasta 40 bandas del mismo subgénero musical. Para ello he orientado la investigación a intentar entender cuáles son las patas sobre las que se sostuvo la escena punk rock en la isla, qué piezas encajaron para que el movimiento consiguiese tanto éxito y reuniese a tantos músicos y tanto público durante diez años.